Hay una gran diferencia entre un proyecto innovador y una cultura innovadora. También, y quizás más aún, cuando el ámbito es tan ambicioso como el de la innovación educativa. El primer caso pasa por un proyecto puntual, sin saber ni para qué, ni por qué, ni tan siquiera cómo. No va más allá de un «innovar por innovar». El segundo incluye un proceso continuo, diario, que parte de la implicación del profesorado para llegar a las aulas. Y de ahí, a los resultados en los alumnos, el leitmotiv de la innovación en la educación, en definitiva. Es lo que trata de poner en valor día a día Begoñazpi Ikastola, un centro que desde hace una década ha incluido la innovación educativa como eje central de su plan estratégico.
La cultura innovadora es un proceso continuo, que parte de la implicación del profesorado para llegar a las aulas
Pero, ¿qué es innovar?, ¿en qué consiste? ¿cómo se innova?, y, lo que es más importante, ¿para qué se innova? Son las preguntas a las que este blog -La Pizarra de la Innovación- va a tratar de dar respuesta paso a paso y a través de los numerosos proyectos plasmados en Begoñazpi Ikastola.
¿Para qué innovar? He ahí la cuestión
Y esa primera pregunta a la hora de innovar en la educación viene acompañada de otras: ¿qué tipo de estudiantes queremos, qué tipo de personas necesitamos en el futuro?. Estas cuestiones son siempre el germen de un plan de innovación en la educación.
La respuesta la señala la directora de Begoñazpi Ikastola, Nerea Begoña: «Queremos alumnos capaces; competentes para hacer frente a los retos que como personas se les planteen en la vida. Como, por ejemplo, saber manejar la información que reciben, a filtrarla, a buscarla, procesarla y hacerla nuestra… Esas competencias son las que necesita el alumno de hoy en día».
Necesitamos alumnos competentes; competentes para hacer frente a los retos futuros
Pero bajo este planteamiento teórico se esconden casos concretos. Así, el alumno que persigue Begoñazpi Ikastola debe tener las competencias que exige la sociedad del futuro, que no es otra que la que ya vivimos. Así, deberá saber hablar en público, presentar y defender un proyecto, contar con habilidades sociales, con un equilibrio emocional… Y, por supuesto, afrontar su vida profesional con las competencias técnicas, emocionales y tecnológicas idóneas.
Es decir, la innovación dentro de la educación persigue obtener mejores resultados, académicos en primer término, pero también de satisfacción personal del alumnado y de sus familias, y, así, aportar valor añadido en la construcción de una sociedad más solidaria. «No podemos ofrecer una educación del siglo XX a nuestros alumnos, que son del silgo XXI. Ahora, de hecho, los conocimientos en sí mismos, que son muy cambiantes, han pasado a un segundo plano; queremos personas que sean competentes para conseguir esos saberes y los pongan al servicio de la sociedad», explica la directora de la ikastola bilbaína.
¿Cómo se plasma la innovación?
Planteados los objetivos -el para qué-, el centro se plantea el cómo, los pasos a dar para plasmar los avances en el alumnado. Es importante seguir de cerca los avances en el sector, la investigación y de la misma manera estar siempre “con las antenas bien puestas”. Así, por ejemplo, Begoñazpi Ikastola colabora estrechamente con la Universidad de Harvard, vigila de cerca a investigadores y expertos como David Perkins o Robert Swartz, colabora con organismos como Dalton International, trabaja en torno a las inteligencias múltiples de Howard Gardner y al trabajo cooperativo inspirándose en los hermanos Johnson & Johnson… … A partir de ahí, y adaptando las formas de aprendizaje a cada tipo de inteligencia de los alumnos, el profesorado de Begoñazpi -un equipo con más de un centenar de docentes- va introduciendo los diferentes proyectos en el aula, ya sean de tipo de tecnológico, de investigación, de comprensión, idiomas…
Begoñazpi Ikastola colabora estrechamente con la Universidad de Harvard, vigila de cerca a investigadores y expertos como David Perkins o Robert Swartz, colabora con organismos como Dalton International y el trabajo cooperativo de Johnson & Johnson…
Las pruebas de todo ello son múltiples: Begoñazpi Ikastola es un centro digitalizado (en Secundaria los profesores vuelcan la asignatura en la plataforma de gestión Moodle); se trabaja con tabletas en Infantil y Primaria; se ha extendido la robótica como materia a todas las etapas educativas; en las aulas se aplica la «enseñanza para la compresión», los alumnos participan en diferentes jornadas de generación de ideas; son ellos los que se ayudan en las diferentes asignaturas; los proyectos para fortalecer los idiomas son variados; la solidaridad se pone también en práctica… Incluso, la innovación pasa por cuestiones más básicas pero necesarias como la distribución arquitectónica de los edificios, por citar un ejemplo. Y, lo que es más importante, el proceso es imparable.
Los resultados, imprescindibles
Y los alumnos perciben esta manera de concebir la educación -como aprendizaje activo- con satisfacción, porque, en primer lugar, se convierten en los principales protagonistas de su enseñanza y, además, porque sus resultados académicos y personales mejoran día a día.
Son los resultados, de hecho, la manera más exhaustiva de medir la innovación educativa, aunque no siempre se puedan calibrar con datos. «Hacer por hacer no vale para nada; hay que medirlo», resume Nerea Begoña. Las notas, las evaluaciones diagnósticas, las evoluciones PISA, las notas de Selectividad… son datos objetivos, a los que hay que añadir otros ítems o indicadores para hacer una medición objetiva de resultados intangibles, de la satisfacción personal de las familias y los alumnos a la capacidad de los estudiantes para acceder a estudios superiores, entre otros. Todo ello forma parte de un cuadro integral de mando, introducido en Begoñapi Ikastola como eje de una cultura innovadora que pasa de la teoría a las aulas con resultados excepcionales.