Los niños, los adolescentes viven a flor de piel los acontecimientos de su día a día. La familia, los amigos, novios y novias, los estudios, su entorno… afloran en ellos un cúmulo de emociones que, sin duda, les influyen de manera determinante. Poder gestionar esas emociones, identificar y ajustar esas emociones a la que sea más conveniente en cada momento se ha convertido en una herramienta fundamental para conseguir mejorar su salud afectiva, su botiquín vital. Y todo ello deriva en una mejora de su día a día: consigo mismo, con sus amigos, sus familiares o sus estudios.
Pero, ¿qué son las emociones? Las emociones son las herramientas innatas que consiguen que los mamíferos puedan adaptarse y con ello consigan sobrevivir. En ellas encontramos reacciones psicofisiológicas que representan modos de adaptación a ciertos estímulos del individuo. Las emociones, según constatan las investigaciones, radican en el estado neurológico del individuo. Son, en definitiva, reacciones químicas en el cerebro que llevan a responder de una manera u otra a ciertos estímulos. Así, la dopamina –uno de los neurotransmisores del sistema nervioso- influye en el estado de alegría, de euforia, mientras que la serotonina, en la seguridad. Activar una y otra, por tanto, influye directamente en el estado emocional.
Hasta hace poco tiempo se identificaban, en su mayoría, con impresiones desagradables en la persona: rabia, miedo, asco, culpa, tristeza. Se consideraba, además, una emoción positiva, la alegría; y otra mixta: la sorpresa. Las últimas investigaciones, sin embargo, han reconocido tres nuevas emociones “agradables”: la seguridad, la admiración y la curiosidad.
Este ‘descubrimiento’, avalado por la comunidad científica, ha llevado a constituir una potente metodología de inteligencia emocional –La Vinculación Emocional Consciente-, modelo creado por Roberto Aguado en 2012 , que trata de prevenir las emociones de la persona para tener un sistema emocional saludable que nos lleve al éxito. Es la base sobre la que trabaja Aguado, dirigido por Aritz Anasagasti, director de un equipo de trabajo, Emotional Network, que basa en la mejora de ese código emocional con el objetivo de poder cambiar las emociones que no nos ayudan.
No obstante, para explicar la gestión de las emociones, las investigaciones realizadas por este grupo de investigadores distinguen entre dos tipos de cerebros. Un cerebro tipo 1, que puede modificar esas emociones desde la razón y el tipo 2, para el que desde la cognición le resulta imposible cambiar esas emociones (Por ejemplo, quien tiene un miedo “inadecuado” para la situación que vive). Y es aquí donde actúa el modelo VEC.
El método de Vinculación Emocional Consciente parte de dos premisas: en primer lugar, podemos –y debemos- ser conscientes de nuestras emociones y, en segundo lugar, sabemos que es posible alterar esas emociones. Pero no desde la razón, si no desde la propia emoción, subraya Anasagasti.
Es decir, una vez identificadas las emociones que abordan al individuo, debe conocerse si son emociones ajustadas y, si no lo son, poder cambiarlas hacia las emociones necesarias.
¿En qué situaciones se puede introducir el modelo VEC?
Hay muchos factores que influyen en las emociones de un alumno y, por tanto, la manera en la que se intentan abordar también es múltiple. Los casos pueden ser tantos como alumnos, tal y como constatan los miembros del equipo de orientación de Begoñazpi Ikastola, que llevan unos años formándose en este modelo de gestión emocional.
La pérdida de un ser querido, los problemas entre amigos, unos bajos resultados académicos… esconden emociones que, por lo general, no permiten al alumno tener el control sobre la situación que en esos momentos desea controlar.
“Es normal sentir tristeza por la muerte de un familiar, es normal sentir miedo cuando se avecina una evaluación cargada de materias suspendidas; pero, ¿durante cuánto tiempo?, ¿con qué intensidad?”, pone como ejemplo Ainara Elordui, responsable del Departamento de Orientación de Begoñazpi Ikastola. Estas emociones son ajustadas al contexto que se está viviendo siempre dentro de unos límites determinados.
“¿Es normal que un alumno se sienta culpable durante meses por suspender un examen?, ¿por qué un alumno siente aversión por una asignatura?, ¿qué resultados se pueden esperar de alguien que cuando se mira al espejo siente asco?”, se pregunta.
No hay emociones negativas, todas son positivas. Algunas agradables y otras desagradables, pero todas las emociones son necesarias y adaptativas siempre que sean ajustadas al contexto o situación en las que se sienten. “Sentir miedo a algo peligroso va llevar de manera contingente que salgas corriendo al igual que sentir culpa te hará intentar reparar aquello por lo que te sientes culpable, pero una asignatura no debiera despertar tu miedo y si tu curiosidad o tu admiración”, explica. Las emociones, por tanto, pueden estar ajustadas o desajustadas a la situación que se vive.
Saber gestionar las emociones es el arma para poder superar esos baches. Pero cuando la razón -explicar desde la lógica que esas emociones no son idóneas- no puede cambiar el estado emocional, hay que recurrir al cambio de la emoción desde la emoción.
Hoy sabemos, y así lo indican las investigaciones, que los niños hasta los 6-7 años no pueden reflexionar, y que un 30% de las personas adultas tampoco pueden hacer uso de la reflexión, por estar secuestrados en la emoción (cerebro tipo 2). “Aunque la razón le diga una y otra vez ‘deja de pensar en eso, deja de pensar en eso’, la persona se encuentra en un laberinto sin salida”, explica Elordui. La razón por muy lógica que sea, en estas situaciones, queda absolutamente relegada a la emoción. Es decir, “la emoción decide y la razón justifica”.
Es en este tipo de escenarios donde actúa el modelo VEC.
Si el miedo a una asignatura se convierte en curiosidad, si la tristeza se convierte en seguridad, si la culpa se convierte en admiración, el alumno va a sentir emociones adecuadas que van a despejar su camino y va a contar con la herramienta propicia para conseguir el éxito.
Por lo tanto, lo mejor para realizar el estudio es encontrarse en C.A.S.A (curiosidad, alegría, seguridad y admiración).
Ahora bien, ¿cómo alterar las emociones?
¿Cómo ayudar a un alumno a gestionar su mundo emocional? En Begoñazpi Ikastola, y teniendo como referente el modelo VEC se siguen los siguientes pasos:
1.- ESTABLECER EL VÍNCULO E IDENTIFICAR LA EMOCION
Hay veces en las que el alumno es capaz de poner nombre a lo que está sintiendo pero, en numerosas ocasiones, ni siquiera sabe reconocer la emoción que siente. Así, “dice sentir miedo cuando lo que le invade es la pena o el asco”, comenta Ainara. La primera labor del coach (orientador o educador) es identificar la emoción que el alumno está sintiendo sintiéndola (proceso al que el modelo VEC denomina “simpatizar”).
2.- EMPATIZAR CON LA EMOCIÓN
Una vez haber sentido lo que el alumno siente, el coach trabaja sintiendo lo que siente al sentir lo que su alumno siente (empatía). Es un paso decisivo para el cambio, que en ocasiones, cuesta dar. Un consejo para conseguirlo es el de admirar a la persona que tienes delante, apunta la orientadora. Al haber elaborado este paso, y no antes, es cuando se puede realizar la gestión emocional.
3.- CAMBIAR LA EMOCION EN EL COACH PARA PODER CAMBIAR LA EMOCION DEL ALUMNO
Todas las emociones desajustadas tienen su emoción “antídoto”; así, por ejemplo, la emoción de tristeza encuentra su ajuste en la seguridad, la admiración o la curiosidad. En este paso se trata de que el coach active en sí mismo la emoción antídoto a la emoción que ha sentido “empatizando” con el alumno, y conduzca, por contagio, esta emoción a la persona que tiene delante, señala la orientadora. Cuando profesores y alumnos estén en C.A.S.A, dentro de su aula, el estudio se hará posible.
Como reto en Begoñazpi ikastola se proponen formar al profesorado en este modelo e ir implantado en su currículum de manera transversal la gestión emocional para llegar a “conseguir algún día que el alumno sea su propio gestor emocional”, sentencia la Jefa de Estudios, Eider Aznar.
Hijos y alumnos con un «botiquín» lleno de herramientas, experiencias, amor y humor. Acompañar y sentirnos acompañados. Porque ahora «guiamos» nosotros; ellos nos guiarán en el futuro.
A mí, ya me iluminan el presente. Gracias Adrià y Marta.