Begoñazpi Ikastola ha apostado por la Práctica Psicomotriz Aucuoturier, una metodología que apuesta por la expresividad de los niños a través del movimiento libre y del juego simbólico.
La psicomotricidad, entendida como la relación que se establece entre la actividad psíquica de la mente humana y la capacidad de movimiento o función motriz del cuerpo, es una disciplina implantada en los centros escolares desde hace décadas. Sin embargo, en unos tiempos en los que las amenazas, sobre todo digitales, ocupan cada vez más el día a día de los pequeños, se hace necesario apostar, más que nunca, por dotar de protagonismo al movimiento de los niños, dada la importancia que tiene para su desarrollo físico, cognitivo, afectivo y social, tal y como han subrayado numerosos estudios científicos.
Bajo esta premisa, Begoñazpi Ikastola ha apostado por una metodología que cobra, hoy día, más valor que nunca. La Práctica Psicomotriz Aucouturier, el padre de la psicomotricidad, apuesta claramente por el movimiento y el juego libre de los niños y niñas de Educación Infantil, desde los 2 a los 5 años. A través del movimiento, van a descifrar todas sus emociones, su forma de sentir, cómo son verdaderamente… Porque el movimiento y el juego suponen un papel determinante en el desarrollo evolutivo y el aprendizaje en la primera infancia.
«La práctica psicomotriz educativa y preventiva es una práctica que acompaña las actividades lúdicas del niño. Está concebida como un itinerario de maduración que favorece el paso del placer de actuar al placer de pensar y permite que el niño se asegure frente a las angustias». Bernat Aucouturier
El modelo integral de aprendizaje implantado en Begoñazpi Ikastola gira en torno a la comprensión y la gestión emocional, un doble eje que, con la práctica psicomotricidad Aucouturier, también alcanza a la Educación Infantil. “Tras una profundo proceso de reflexión, decidimos apostar por el modelo de Aucouturier; y hemos acertado”, sostiene Ana Ortuondo, responsable de la metodología en la ikastola.
Esta manera de entender la psicomotricidad se plantea diferentes objetivos:
1.- Desarrollar el juego simbólico de los pequeños a través del movimiento. La simbolización es un paso para la comunicación, para que los niños y niñas se expresen, de manera corporal y oral, con ellos mismos y sus compañeros.
2.- Afianzar la seguridad. La sala de psicomotricidad es un seguro para ellos. Las dos estancias para la psicomotricidad de Begoñazpi Ikastola, de más de 100 metros cuadrados cada una, reúne las condiciones para dar a los niños la seguridad que se busca: suelos de madera, colores agradables, espacios diáfanos, luz… además de contar con materiales destinados a promover, sin riesgos, ese movimiento. Al mismo tiempo, el psicomotricista se convierte en el creador del “clima” en la sala.
3.- Abandonar el egocentrismo, lograr la “descentración”. Que el niño y la niña vayan viendo que existe el otro, que adquiera empatía hacia el otro. Para ello, se usa la comunicación, el movimiento, el lenguaje…
Las sesiones, una por semana, parten de unas normas básicas, que los pequeños han ido creando y que, por ello, cumplen a rajatabla: “No causar daño a nadie; respetar a todos los niños y el material del aula. A partir de ahí, hay otra norma básica, pasarlo bien, disfrutar”, explica la responsable de psicomotricidad.
Lo que viene después es una sesión psicomotricidad en la que los niños irán mostrando sus miedos -con el tiempo, superándolos-, disfrutarán de saltar y jugar, se expresarán… Se moverán, porque el movimiento es la vía para demostrar ese malestar.
Pero, ¿cómo se organiza la sesión?
Adaptadas a la edad de los pequeños, las sesiones tienen momentos comunes, que tratarán de cumplir los objetivos dándoles a ellos el protagonismo de esta aventura. El ritual de entrada –el saludo de la andereño a cada uno de ellos de manera personalizada- y el derribo del muro suponen dos momentos esenciales. La “pared”, construida con los bloques blandos de diferentes formas que derriban en cada sesión, es el momento en el que los niños y las niñas destruyen lo construido por el psicomotricista, para, más tarde, volver a construirlo. Destruir para construir. “Se hacen ver, porque están creciendo, haciéndose como personas”, explica Ortuondo.
Automáticamente después llega el momento de la expresividad motriz. De manera libre, empiezan jugar con los diferentes materiales de la sala: churros blandos, cojines, peluches, telas para disfrazarse, telas en forma de paracaídas, túneles, pelotas, boti-botis, camas elásticas, zonas para saltar…
Es el momento mágico–que incluye el juego simbólico- en el que se expresan tal cual son, fuera de normas (más allá de las básicas) y disfrutan… Y la andereño se transforma con ellos. Les acompaña, mientras realiza una función “estructurante”, de un lado, y “maternante”, por otro. Es decir, la psicomotricista, como referente, les pone límites para vivir en seguridad y, al mismo tiempo, hace sentir únicos a los niños.
El ritual de salida con el que termina la sesión es muestra del deseo y la motivación con el que los niños abordan la psicomotricidad. “Los niños siempre preguntan cuándo llega psico, lo que nos demuestra que los pequeños demandan más tiempo para jugar, para disfrutar a tope”, subraya Ortuondo.
Y en el patio, donde no hay normas, el movimiento no logra los mismos objetivos. “La psicomotricidad es la comprensión psicológica de la motricidad humana y por ello, en los tiempos del iPad, de móvil y de la escasez de tiempo, la psicomotricidad es una herramienta educativa más necesaria útil que nunca”, añade la psicomotricista.